martes, 1 de mayo de 2007

HUELLAS EN MÍ. (1955)
“Poesía de Aguilar de la Torre”.
Edición: Colección Palabra Viva. México, D. F., agosto de 1974
Manuel Aguilar de la Torre.

Copiado en computadora por Jesús Pérez Uruñuela del texto original, y difundida en este medio con autorización de la Coordinación Técnica de Coediciones del Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa de fecha 10 de junio de 2005 para publicarse con fines estrictamente de difusión y promoción, sin interés comercial.
De copiarse la información aquí contenida, se recomienda respetar lo señalado por el Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa y mencionar nuestra página Web, para mayor información del autor.

I

He rodado en el tiempo
sin límites
como un jirón de arena.
Me ha ceñido el espacio
sin límites,
en su rutina eterna.
Ha invadido el espíritu
sin límites
esta materia ancestral.

Recogido en mí mismo,
aplasto mi figura con mis resentimientos.
Bordo un sueño inconcluso
en la mitad arcaica de mi joven cerebro.
Mantengo la prístina esperanza
del primitivo anhelo.

Ante la vida,
como viejo peñasco,
(absurda contradicción de mis ensueños)
miro lo eterno, lo inacabable,
lo siempre igual de todo.

El cansado fulgor de las estrellas
que paulatinamente, viciosamente,
se hunde en la masa del cerebro.

El verde inmenso de horizontes curvos,
eternamente verde,
que cubre el negro pedestal del mundo.

El festín cotidiano de la vida
que devora sus propios elementos,
mordiendo , en su. afán de ser más vasta,
hasta el cristal amable de los cielos.

El pensamiento
detenido en su inútil carrera
por la neblina espesa de los tiempos,
amagado por la muerte
con sepulcros de cielo.
Asediado por el abismo eterno,
sin fin.
que entre los pliegues de su azul vestido
guarda el misterio.

La infinita savia genitora,
enlutada de rojo,
pintada las mejillas de carmín,
fabulosamente vieja
y eternamente joven,
madre del orbital traslado de los seres
y hermana de la carne.

La escuálida palabra,
siempre deforme en la bucal sonoridad del hombre,
cansada de volcarse en ella misma,
triste, trillada,
terriblemente imprecisa;
tallada por el tiempo
como la vieja cima.

El agua,
el agua gris, verde o azul;
el agua ambarina de las fosas;
el agua ardiente de las venas;
el agua invisible de los astros;
el agua que dice de la redonda vida de las cosas.

La gris mansión del hombre,
condenado a pasar sobre sus pasos
y a comer la miseria de sus huesos
y a beber, poco a poco,
la sangre pegajosa de sus miembros.
La gris mansión del hombre,
enlodada con sueños polvorientos,
herida en sus entrañas
por el ruido incesante
de gritos y lamentos;
la gris mansión del hombre
lujuriosa y blasfema hasta en sus ecos,
calamitosamente sacudida
por sus mórbidos vientos.
La gris mansión del hombre
donde el cielo se llena
de grises somnolientos,
y en donde el agua salitrosa y triste
se esconde entre los hierros.
La gris mansión del hombre,
donde incuba y nace el pensamiento,
en donde todo se revuelca absorto,
chorreado de besos,
en donde el alma forma su regazo
y estrella sus virtudes
contra el gris pavimento.
La gris mansión del hombre
gris, gris eternamente gris,
como los muertos.

¡Qué extraña sensación la de mi tiempo!
Como viejo peñasco,
miro absorto
el mudo recorrido de las horas
sobre el sonoro palio de los ecos.

II

Extraño los perfiles del pensamiento simple,
como cacto la púrpura del cerro.

Me siento abochornado de mí,
frágilmente desierto de mí mismo.

El flujo del alma me destruye
el sopor de desear,
y me relaja la conciencia clara
mi ritual trivial.

Extraño el cráneo virgen,
mi aridez absorta,
la móvil ligereza de mis brazos;
mi carne tachonada de sensaciones huecas,
mis rocosas virtudes
y la impasible fatuidad de mi alma.

¿Qué marejada me arrojó del cielo?
¿Qué fuego? ¿Qué ruptura?
¿Qué terremoto horrible abrió mis brazos
y los dejó impotentes de ternura?
¿Qué sangre me inyectó el desosiego?
¿Por qué mi boca virgen
no devoró su lengua
y me estrechó a las fauces del misterio?
Me ahoga la faringe
la calidad espesa de los vientos.

Frente a mi débil ojo,
la errabunda visión de las montañas
se muestra el coloso de mis sueños.
El canto ancestral de las estrellas
me inunda de éter el volátil ceño…

¡Ah! ¡Cómo quiero romperme las mejillas
en el cristal del cielo!
¡Cómo quiero beber la savia inerte
de las rocas bañadas de misterio!
¡Cómo quiero volcarme en la quimera
despierta por el ruido del desvelo!

La eterna realidad de mis pupilas
se quema en la frialdad del pensamiento.
La exquisita oblación de la belleza
se conjuga falaz
en el rezago roto de mi ancestral cerebro.
La despintada nota de mi soma
se apuñala la nuca
ebria de apasionado beso de la vida.

¡Cómo extraño mi arcaica independencia!
¡Mi natural pendiente de castañas obscuras!
¡mi potencia hermética de soledad!

Como extraño el perfil de mi ceguera
y el perfil cristalino de mis cosas pequeñas.
¡Si al menos pudiera
separarme
del cansancio del mundo…!
La futura frialdad de mis ensueños
sería mi realidad
en el espacio móvil de los ritmos.

III

Con la paria mente siempre al sueño prolongada,
distendiendo en lo profundo sus ideales y sus ansias,
busco el pliego de la vida que me indique mi semblanza.

Impregnado del salobre murmurar del mundo vivo,
imbuido del sectario pensamiento de la masa
y arropado con harapos que dejaron las montañas,
voy camino del ocaso que me han dado mis sandalias.

Poco a poco, hechizado del futuro que inquieta las entrañas,
se me rompe el pensamiento contra el filo de mil caras.
El suburbio del planeta se me antoja una esperanza,
que sin ropas, sin laureles, sin amores y sin gracias,
se me dé todo lo revuelto de glaciares ignorancias.

Metafísica y anárquica vuela el alma desgastada.
Somnolienta, desgarrada, casi virgen, casi infanta,
se me arrastra por las nubes y en el suelo se levanta.

¡Qué terrible es el cansancio! ¡Qué mullida la esperanza!
¡Cuánta plástica adivina cuando el sueño se le enfanga!

IV

Queriendo ser de todo, soy yo mismo…
Individualidad sumida en mi conciencia,
única forma que adopta el pensamiento
para decir su ciencia.

Queriendo ser todo, soy yo mismo.
Hay un profundo abismo en las entrañas
del ser que vive para sí.
hay un mar inviolable en las mañanas
áureas de ideas,
soledad en el conjunto cósmico;
Soledad que sabe a bruma y a ansia
de ser lo indecible en el espacio.
Soledad de parecer abismo,
y de no ser yo solo,
y de no ser yo mismo
quien sienta el ansia de volverse todo
y revolcarse erótico en las olas
del tiempo y del espacio,
para serlo todo…

Soledad del planeta y de la brisa,
soledad de las almas y del risco,
soledad de la altura y del abismo,
soledad de lo etéreo; soledad de mí mismo…

Queriendo ser todo, soy yo mismo…

¡Quiero volverme a los arcanos
gélidos de sentimiento y de conciencia!
¡Quiero ser una pauta que conforme
los sonidos eternos infinitos
que renacen cada instante en lo indecible!
¡Quiero ser lengua cósmica,
profunda de saberes y de lógica!
¡Quiero sentirme acompañado!
No del orbe… que es solo;
no del arcano ansioso de sentirse;
ni de mi alma, que dice que no es sola.
¡Quiero ser todo! No ser yo mismo.
Quiero volver a lo que fui,
un ascua de vida, que flotaba
en la conciencia del que no viví
Quiero ser… y no ser.

V
Me siento extraño al mundo.
Me subleva
el calor que recorre mi corteza.
Siento cansadas de volar mis ansias
cuando mi luna contra el mar se estrella.
Me parece inconforme mi silueta,
navegando en el cosmos,
sobre el lomo rapado del planeta.
Sobre mí, siento el peso de los tiempos,
del espacio repleto, que se ahueca
cuando presiones divergentes tiran
cada quien a su meta.

Siento la soledad de ser yo mismo
y no ser hemisférica materia.
Siento la soledad de mi conciencia,
que cuando más se aclara,
más destrozada y más sola queda.
Siento que al ser yo mismo
se me queda el resabio de conjunto
girando demoledoramente a mi centro;
y siento que los pesos de las horas,
paulatinas centellas de los tiempos,
al alma y al cerebro los ahogan
en un mar incontable de recuerdos.
Siento la pesadez de mi envoltura,
de mi carne, que es carne de los siglos,
de la carga suprema de resabios
que encierra cada célula en su círculo,
de la encendida llama del instinto
que me quema la entraña y la flagela,
y la convierte en ritual herencia
de la arcaica materia.

Me siento extraño en el mundo,
y sin embargo, pesa
en el centro cansado de mi amarga conciencia,
la solidez ambigua de los mundos
y los resabios de las horas quietas.

Me siento extraño en el mundo…
¡Qué rudeza!
A pesar de que el paso de mi tiempo
ha hollado un planeta.

VI
La penuria de notas
se me dobló en la ruina
de mis silencios grises,
y deslindó el abismo
de los silencios negros,
para ocultar mis ojos
a mis notas más tristes.

La compasión del trueno
se desdobló en raíces
y fecundó la estampa
de las cadencias buenas,
y resbaló en el sueño
de los altares mustios
y de las blancas penas.

Como sencilla el alma
se me prestó al olvido,
y puso sus bondades
a la sutil rareza
una enclenque amapola
en la vital maleza
del alma que se enreda
con sus mantones negros.

Balbuceante la vida
de todo su embeleso,
cortó mágica y pura
la bruma del pasado,
y se fundió en la rumba
erótica del beso.

Se acrecentó la vida,
y entonces, más amada,
más denigrante y buena,
más sencilla y más rara,
se concretó en silencio
de mis antiguas penas
y de mis brillos lúgubres
y de mi fe cansada.

VII

No sé…
de repente he sentido nostalgia de tantas cosas.
Con la mirada triste
he caminado mucho y me he cansado.
Siento dolor por mí,
y mi dolor se acrecienta
cuando me veo tan solo
en estas dimensiones repletas de existencias.

He sentido nostalgia,
no sé de qué…
parece como si el alma se fundiera
con el cenizo cielo que diviso,
y tan solo quedara en la conciencia
efigie de mi ser,
hecha de carne palpitante y viva.

He sentido nostalgia.
Aún la siento.
Tal vez deseo morderme las entrañas,
o… tal vez austero y delicado,
acariciar mis emociones tibias.

He sentido nostalgia,
y he querido al instante
adormecerme en su lecho tedioso de tristeza,
buscando en cada frase una querella,
y en cada cosa suspendido el llanto…

¡Ah! ¡Me he querido tanto,
que no se qué nostalgia es la que tengo!
Ansia de verme entero
confundido con esta exactitud del cielo.
Ansia de ser yo mismo,
como fuera algún día en mis ensueños.
Ansia de volverme cuento
y saber que soy real, que soy sincero,
y hasta para mirar dentro de mi alma
y no encontrar luceros.

Tengo nostalgia,
nostalgia que embrutece el espíritu
sediento de quimeras,
nostalgia que hace vivir,
no importa cómo…
como otras cosas muertas,
Nostalgia que es como canto transparente
ceñido al alba con un listón de cielo.

Nostalgia que me ahoga con mis sueños
pletóricos de ansias.
Nostalgia de recuerdos no vividos,
de cosas y de seres no encontrados.
Nostalgia de saberse mutilado
y añorar otra vida y otro sino,
Nostalgia
que he sentido merecer en el cerebro,
pintando de morado mis pupilas,
nostalgia de no sé qué cosas perdidas,
que nunca se cruzaron con mis manos.

VIII

Un cuerpo y una mano besaron mi quimera.
Una mirada me envolvió candente.
Un suspiro murió con mi suspiro.

Un mar de ansias revolcó mi vista.
Un soplo de calor viró mi mente.
Un espasmo sutil de dio una vida.

Un risco de amargura cayó tan de repente
que me volvió en el alma
la esencia de mi sino.

Soy pobre… pobre de alma,
de sueño…
Entonces, una yesca dormida me dio agua.
Un milagro de roca me separó del sueño
y despertó mi alma, ya sin sueño, con desmayo.

Me diluí en mi mismo,
abarqué mi conciencia,
y en el fondo del fondo de mi leve gemido,
vi flotar la silueta del cuerpo y de la mano
que me dieron muy poco
cuando estaba dormido.

IX

A veces
ni siquiera sentimos por un período largo.
Inconscientes de todo, con los ojos cerrados,
vamos adivinando el camino que sigue nuestro paso.
Pausadamente o de prisa
vamos en pos de una visión absurda,
o vistiendo ropajes de pereza, nos quedamos.

¡Ah! Camina mi alma, poco a poco,
sin saber si ha amado,
sin tener un residuo de potencia,
sin volverse al mundo para decirle algo.

Por un largo camino gris, obscuro,
sin mirar las neblinas, ni las sombras,
ni escuchar el lamento de su paso,
vaga inerme, tranquila, muy cansada.

Ya no sueña, ni se queja, ni le importa la vida…
¡Todo es tan simple ahora…!
…Un montón de ceniza,
un trocito de estrella,
y un don consciente de un átomo minúsculo
volcado en una redondez eterna.

¡Todo es tan simple ahora…!
¿Por qué volverse al mundo y decirle que peca?
¿Por qué mirar a las estrellas y sentirlas bellas?

A muchos la vida nos hadado una máscara
y a otros… simplemente una pena.
A mí, me otorgó las dos cosas hace mucho.
Hoy, sólo me dio su esencia.

X

Y a pesar de todo,
soy insaciable como la tierra negra;
como el espasmo lento de los siglos;
insaciable en el sueño y en la vida,
siempre insaciable ante el dolor y el miedo;
terriblemente insaciable
en el sutil encanto de los besos.

Insaciable,
insaciable siempre,
como la tierra que me besa las plantas,
como la vida misma,
que se engendra y se mata
en una misma hora, en una misma alba.
Insaciable como el abismo negro que traga una cascada,
como la lengua ardiente del que besa,
preñado de amargura,
el hueco de una copa sin vino ni esperanza.
Insaciable.
Insaciable siempre como la negra tierra
que se vuelca en mis ansias.

Así como los vientos,
que prensados aquí,
se agitan sin saltar sus murallas,
el alma se me llena de rumores
y mis nervios de savia.
Sobre mí mismo,
flota abarcando el espacio de mi tiempo,´
la inmensa sed del pensamiento.
Quiere besar el infinito cielo
mullido y silencioso.
Quiere alcanzar con los labios
el luto prendido en las tinieblas
y apagar el instinto
con el beso fugaz sobre la tarde tibia.

Inalcanzable sueño, ineludible esencia:
Igual que la negra tierra,
voy girando alrededor de un centro misterioso
que me absorbe el alma,
mis gritos y mis ansias.
Hecho de tierra misma me contemplo
callado, silencioso… y fecundo.

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